Wednesday, June 14, 2006

La Funky Family

En Paralelo con Match Point no es coincidencia que hablemos aquí de La Sagrada Familia, el primer largo metraje de Sebastián Campos y obra clave del cine chileno de los últimos años.

Porque también nos confronta con aspectos contradictorios de nuestra sociedad que son revelados por una Electra, quien irrumpe en una familia durante el fin de semana largo de Semana Santa, el momento más místico y extático del cristianismo y pone a cada uno de nosotros frente a nuestro tan chileno doble estándar.

Marco, el personaje principal, interpretado por Nestor Cantillana es un arquitecto que lucha por desprenderse de la autoridad y del peso que representa para el su padre (Sergio Hernández), también arquitecto. En ese contexto llega a pasar el fin de semana con una desinhibida polola, Sofia, interpretada por Patricia López, quien representará el elemento perturbador, para no decir la carne en un Viernes Santo.

Pero al contrario de la película de Woody Allen, estamos frente a una procedimiento totalmente opuesto que sin embargo produce resultados que sorprenden. Efectivamente, la ambición y la manera de filmar de Sebastián Campos fue trabajar a manera “nouvelle vague” casi con un esqueleto de guión, sin diálogos preestablecidos. La filmación duró sólo tres días en un balneario alternativo pero “in” de la zona central: Tunquén. La fuerza de esta obra reside justamente en la improvisación que consolidó a los personajes, otorgó mucha vida a la historia. Aunque muchos puedan criticar el estilo cámara al hombro con cierta razón, siento que estuvo siempre al servicio de la dinámica de la historia. Sin embargo con lo cual no puedo solidarizar, pero que entiendo por razones de presupuesto, es el resultado de la imagen por el uso de tecnología digital, aunque en cierta medida fue compensado por cierto juego con el grano.

Quizás por sus planteamientos estéticos, que pueden perturbar la comprensión inmediata y global del mensaje que nos quiere entregar Sebastián Campos, esta obra pueda suscitar muchas interrogaciones tal como el final abierto que nos ofrece. Pero más allá de toda extrapolación, basta con atenerse con los elementos básicos para ver que estamos frente a un fabuloso cuadro vivo de elementos fundamentales de la sociedad Chilena, como son la familia, los amigos que, quiéranlo o no, viven su Pasión pascual.

Woody anota y gana

Pero, si él sale campeón invicto al igual que Nadal sobre arcilla, algunos de nosotros salen perdiendo. Aquí hago referencia a nuestro conformismo, el de una generación, obsesionada por el dinero y el éxito, una generación desencantada, y al igual que el sistema económico en la cual está inmersa, totalmente carente de moral.

El Personaje principal, Chris Wilton, interpretado por Jonathan Rhys Meyers, es un ex jugador de tenis profesional que llega a Londres para dar clases en un exclusivo “country club” e inmediatamente se hace amigo de uno de sus acaudalados alumnos, Tom Hewett (Matthew Goode), introduciéndose en su familia. Estamos frente al prototipo del joven héroe stendhaliano que nos entrega una admirable lección de ascenso social en una sociedad abierta. En resumen, si frecuentas las personas correctas y con un mínimo de herramientas, el tipo es encantador, juega tenis y es amante de la Ópera, puedes llegar a extraerte de tu condición, en este caso además de ser de origen modesto, era irlandés, lo que para la sociedad londinense significa como ser chilote para el cuiquerío local. Lo que finalmente logra, contrayendo matrimonio con la hermana de Tom, Eleanor (Penelope Wilton), quien le consigue una pega con chofer en una de las empresas de su padre, el cual esta encantado que su hija se case.

Hasta aquí todo bien, o sea en cuanto a realización personal dentro de los estándares que contribuyen a perpetuar el sistema esquizofrénico actual. Y justamente es quizás aquí donde surge la crítica Allen-iana, porque algo anda mal en todo este asunto; un joven arribista que se casa no con mucho amor, todo parece ser calculado y pensado con frialdad. Pero esto no puede seguir así porque somos humanos y vivimos más que de cálculos sino también de pasiones, y esta pasión se traslada en uno de los temas recurrentes de un demasiado analizado Woody Allen, la pasión sexual. En efecto, poco antes de casarse Chris se deja seducir por la fogosa Nola Rice (Scarlett Johansson) quien era la polola de Tom, hasta obsesionarse completamente con ella.

Nola, una norteamericana aparentemente sin mucho talento que quiere ser actriz y por mientras se las arregla con pequeñas pegas, es el eje central de esta pelicula. Gracias a su aparición salimos del modelo y caemos en lo humano, el drama, la tragedia. De ello da cuenta la casi desapercibida aparición de Woody Allen, al más puro estilo Hitchcock, quien sale retratado en un afiche en las afueras del Museo, donde Chris se reencontrará con Nola para tenerla de patas negras. Ella, casi igual de inescrupulosa que Chris, se deja llevar por ese camino hasta enamorarse de verdad. La tragedia se plasma al quedar Nola embarazada accidentalmente mientras Eleanor, la esposa de Chris no lo consigue, haciendo un paralelo con la relación amorosa que Chris mantiene con una y con otra. En ello reside la crueldad de esta película porque desencadenara aspectos que dan cuenta de lo aterrador de las situaciones producidas por el actuar racional en una sociedad desalmada.

La aplicación de Allen en transcribir estos últimos aspectos en la estética de su obra, se traducen por un estilo que flirtea gravemente con la perfección, un ritmo sostenido y un juego justo de los actores. Es una película fría y precisa tal como el raciocinio de Chris. Otra faceta más de la locura a la cual nos puede conducir la lógica llevada a su extremo. Siendo la expresión de lo horrible la metáfora final que parece avalar el hecho que hasta la suerte, esta del lado de un ser humano amoral producto de la sociedad que ha creado.

Fallido experimento

Hace poco fui a ver una obra de teatro intitulada Revolución Hamlet, ello porque según tenía entendido era teatro experimental y participaban algunos activistas de la escena cultural local que además, se suponía que habían trabajado con un señor Bartak, reconocido mundialmente.

Llegamos a Matucana 100, compramos los tickets, a luca quina la entrada estabamos felices, hicimos cola, unos periodistas entrevistaban a algunos que esperaban. Al entrar, y eso que quedaba gente detrás de nosotros, las luces ya se habían apagado y parecía que la función había empezado. Agarramos un buen lugar, y empezamos a ver durante 15 minutos, lo que parecía ser las últimas escenas de la obra, super bien montadas eso sí. Efectivamente al cabo del lapso mencionado salen los actores de escena para volver y saludar al público de las maneras más inimaginables, habidas y por haber. Hasta subieron a entregar ramos de flores a los actores principales. Todo eso bajo el estruendoso aplauso del público. Obviamente a esta altura ya había comprendido que de eso se trataba, asistíamos al final de una obra. Pero como seguiría aquello... Acto seguido el director, o su asistente en este caso, sale al escenario agradeciendo haber podido participar de este proyecto, los esfuerzos, etc. e invita a los espectadores a un vino de honor que se realiza abajo. Venciendo la vacilación provocada por esta pronta invitación nos encaminamos hacia la planta inferior del teatro para encontrarnos con unos mozos sirviendo vino y una testera instalada con un micrófono y un cartel que anuncia a Genius Bartak, el supuesto director internacionalmente reconocido. Una periodista, grabadora en mano, me pregunta que pienso de esto. Ingenuamente le contesto que lo que había visto en sala me parecía muy formal y estaba a la espera de lo que iba a seguir pasando, no imaginándome que después de unos chascarros con los mozos llegaría uno de los actores a dar lectura de un acto de fe de porqué se estaba haciendo esto ya que el referido maestro se había retirado anticipadamente.

En ese momento me desilusioné completamente porqué me di cuenta que estaba asistiendo al final de dicho “experimento” que en realidad había sido una muy buena mistificación, pero en la cual el público tenía muy poco espacio para participar, excepto en la incomprensión o la indignación de haber sido engañado. Efectivamente la gran mayoría de la labor de esta mistificación había sido de difundir un espectáculo falso a través de la prensa y los medios de comunicación, supuestamente dirigida por uno de los genios (sic) del teatro experimental. Ahora la parte de participación del público había sido registrada por cámaras y grabadoras, suponiendo que estas estuviesen cargadas. Lo que deja un fantástico material a ser tratado en posproducción para una futura presentación o para un trabajo de sociología sobre mistificación y medios de comunicación. Pero no para una obra de teatro experimental lo que al final nunca fue.